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Parricidio, Intolerancia y Demagogia

Publicado: 2013-12-07


En los últimos días y a raíz de los resultados electorales en Lima, han surgido una serie de interpretaciones sobre la situación de la izquierda peruana y sus perspectivas en vista de los próximos procesos electorales. Al menos existen tres posiciones, más allá de la pertenencia ideológica o partidaria de quienes las enuncian, sin contar con los matices que aquí serán obviados.

La primera es la triunfalista y argumenta que más del 7% de votos por Tierra y Dignidad, con una lista de candidatos a regidores poco conocidos, una campaña austera y un símbolo casi desconocido, es un resultado positivo y un buen "piso" para las próximas elecciones regionales y municipales, en especial en Lima, además de ser una muestra del inicio de la consolidación del Frente Amplio.

La segunda, la derrotista, sostiene que quedar penúltimos en estas elecciones, detrás de listas de regidores igualmente desconocidos y sólo superando al Partido Humanista, es un desastre, producto de la débil articulación de sus espacios partidarios y de éstos con los movimientos sociales, o enunciado de otra manera, es el fracaso del Frente Amplio hasta el momento.

Una tercera posición relativiza el fracaso de la lista de regidores, pues reconoce que con muchos factores en contra logró colocar dos regidores y representar un buen caudal de votos limeños, importantes en la medida que estos provienen de una plaza electoral conservadora. Sin embargo, resalta que posiciones ideologizadas y principistas impidieron mejores resultados al frustrar una alianza con el centro político, representado por el Partido Humanista y Alianza para el Progreso.

Lo cierto es que el fuego cruzado entre estas tres posiciones ha evidenciado que la unidad de la izquierda y la voluntad consecuente (al menos discursivamente) de todos sus portavoces, es sumamente precaria. Parricidio e intolerancia se han presentado por igual en las redes sociales, en columnas de opinión de prensa escrita y virtuales, acusándose unos a otros de sectarios, pragmáticos u oportunistas, mientras han surgido nuevas voces enfrentadas a los líderes tradicionales. Sin embargo no queda claro si estos débiles liderazgos son muy diferentes en su comportamiento orgánico a los viejos caudillismos, parricidas también en su juventud.

Lo sintomático es que estas descalificaciones mutuas se presentan en un contexto electoral de cierta complejidad, con inminentes negociaciones de candidaturas y sospechas de hegemonismo entre unos y otros referentes partidarios, los que además toman sus decisiones en Lima, mirando muy poco al interior del país. Y es que salvo honrosas excepciones, importantes líderes regionales están fuera de los partidos del frente amplio o tienen un rol secundario en los mismos. De la misma manera, las débiles organizaciones sociales están poco articuladas con los ámbitos regionales, o si lo están, precisamente están divorciadas de los partidos nacionales.

Mientras en las regiones campea precisamente el pragmatismo pre-electoral, escasamente programático, la izquierda limeña, es decir, la dirigencia izquierdista, se resiste a hacer una autocrítica a lo que entiende por unidad y por la construcción de un instrumento político que represente a importantes sectores populares. Se niega a evaluar realmente sus experiencias en la gestión pública, su desconexión con la gente y el poco arraigo popular de sus representantes más mediáticos, así como a asumir las consecuencias de sus fracasos. No comprende que debe encarnar en sí misma la radicalidad ética y el empoderamiento de los de abajo si quiere ser útil, lo que implica una profunda democratización de sus organismos, una lucha interna contra todo personalismo y una apuesta por la construcción de organizaciones políticas autónomas en las regiones.

Es por eso que a partir de este debate electoral parece abrirse una nueva discusión sobre el Frente Amplio, que a pesar de su novedad no deja de tener todos estos pasivos que se arrastran de la historia reciente de la izquierda peruana. Negarlos constituye la peor demagogia, la promesa siempre falsa que viejas o nuevas caras, pero igualmente centralistas y burocráticas, resolverán con algunas reuniones para la fotografía un engranaje roto hace décadas entre el Perú popular y los partidos políticos progresistas.

Salir entonces de este entrampamiento implica dar un primer paso por empoderar a los dirigentes locales y regionales, por brindarles autonomía para que progresivamente puedan reconstruir el tejido social, aunque eso signifique para sus promotores perder control y centralidad. Y es que el peor oportunismo no está ahora en defender erráticamente alianzas políticas coyunturales, está en este momento histórico en traicionar nuevamente las expectativas de una real transformación sistémica, al rebajar un proyecto estratégico como el Frente Amplio a un simple trampolín electoral al servicio de intereses individuales o de grupo.


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