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VERONIKA MENDOZA Y MARCO ARANA. FUENTE.: LA REPÚBLICA

NUEVO AÑO (Y FIN DE CICLO) PARA LA IZQUIERDA PERUANA

Publicado: 2016-01-11


Existen lugares comunes en los análisis políticos que no pueden explicar situaciones concretas. Por ejemplo la persistente debacle de la izquierda peruana y la indiferencia actual de la población ante sus propuestas que han intentado ser populares, radicalmente transformadoras y principistas, pero que no han logrado superar el 2% de las preferencias de los votantes a pocos meses de las elecciones generales. Es por eso desconcertante para una pequeña élite ilustrada y progresista el hecho que una plancha presidencial conformada por un rostro joven y combativo acompañado de un dirigente ecologista y un economista académicamente sólido no despierten el menor interés de un electorado que muestra sus preferencias por candidatos involucrados en casos de corrupción, que a la vez son acérrimos continuadores de un modelo económico que profundiza la desigualdad y la dependencia externa.

Hablar entonces de la crisis de los partidos políticos y su desconexión con la gente, del legado fujimorista y sus secuelas de corrupción, o de la consolidación del neoliberalismo y su ideología fundamentada en la exacerbación del individualismo para explicar la marginalidad de los proyectos políticos de izquierda, es recurrir e estos lugares comunes que nos dejan pasmados e incompletos en el análisis. En similar situación nos deja el atribuir los fracasos actuales al desprestigio desmovilizador de la política o a las campañas austeras o poco profesionales, porque ya sea por la conformación persistente de una clientela o por recuerdos del asistencialismo pasado, algunos candidatos sí han logrado construir aparatos políticos conectados con un importante sector de la población y por otro lado, en los no tan lejanos noventas, Fujimori derrotó con una campaña austera al tremendo poder económico del FREDEMO.

Más útil sin embargo es desmenuzar al objeto de estudio (en este caso la izquierda), tratar de entender cómo se ha constituido y cómo se generan sus propuestas. Es decir, analizar la cosecha no dice mucho si no puedes reconocer que es lo que realmente se sembró, o quiénes y cómo lo hicieron. Por ejemplo, el desastre de la “unidad” de la izquierda y la intrascendencia del Frente Amplio no es la consecuencia de su incomprendida apuesta por la democracia vía primarias y su devoción por una alternativa programática (ambas sus principales banderas ante la ciudadanía), fue más bien la completa perversión de estos argumentos refundacionales las causas de su real división, por decirlo de alguna manera. Fueron sus primarias mal hechas las que debilitaron o rompieron sus frentes y fueron sus discusiones programáticas los pretextos perfectos para la ruptura.

Lo cierto es que la izquierda peruana nunca ha tenido necesariamente una tradición democrática. Ha sido más bien, en concordancia con la cultura política hegemónica por estos lares, caudillista y sectaria. Ha privilegiado la negociación a puertas cerradas de los líderes de sus múltiples fracciones con la bulla de fondo de sus barras bravas despedazándose en asambleas donde en realidad no se decidía nada. Pero aun cuando la negociación política no debería estar vetada, en especial si se producen buenos resultados, cuando la metodología de las dirigencias de las izquierdas es utilizar con hipocresía el argumento de la democracia pura y sin mancha mientras la negociación estéril es su práctica permanente, lo único que provocan es la continua desafección de su ya precaria militancia que observa con impotencia desde la tribuna los goles en contra de sus jugadores. Resultados de este doble discurso han sido la formación y composición de los microsectarios y desconectados frentes actuales, las continuas excomuniones en base a “principios” y la gestión ineficiente de sus primarias electorales, repletas de acusaciones de fraude y (otra vez) negociaciones debajo de la mesa.

Por otro lado ¿Cuál es la novedad de los planteamientos programáticos que sean radicalmente distintos al programa humalista de la “gran transformación”? O en todo caso, lo que al menos no encuentra el elector promedio, son diferencias sustanciales que marquen claramente una división entre el tibio reformismo nacionalista y una supuesta radicalización de esas propuestas que pueda despertar su atención. Si el programa debe expresar los intereses y reivindicaciones de aquellos a quienes se pretende representar (y movilizar), a la luz de los resultados la única utilidad del debate programático para los líderes de la izquierda ha sido el torpedear la unidad en base a las diferencias poco sustantivas entre ellos mismos, afirmar las agendas de las ONGs que están detrás de algunos de ellos o generar una incomprensible discusión para el “movimiento popular” entre neoextractivismo y postextractivismo que un sector de Tierra y Libertad propone como línea divisoria entre vieja y nueva izquierda.

LOS SEMBRADORES

Sin embargo, además de las incoherencias y limitaciones señaladas, es necesario también resaltar el proceso orgánico que ha llevado a la izquierda peruana a su virtual desaparición. De lo contrario es probable que no podamos explicar cómo se esfumó el caudal electoral que colocó a Ollanta Humala en la presidencia y que expresaba la predilección de un importante sector de la población por los cambios políticos que con pequeñas variantes hoy enarbola por ejemplo el Frente Amplio. Y es que la construcción orgánica nos puede señalar que tan conectada o desconectada se sitúa una organización política de su potencial electorado. No se puede explicar el tsunami del primer fujimorismo sin su alianza con los evangelistas, el regreso de García sin una persistente maquinaria aprista o el huayco humalista sin los reservistas antauristas recorriendo el país con sus pasquines y megáfonos.

En la actualidad es interesantemente simbólico que el referente político que promocionó a la actual candidata presidencial del Frente Amplio tuviera como nombre “Sembrar”. Es como si el principio fundacional y orgánico de esta alternativa no se orientara a cosechar el descontento que dejaba en plaza la incongruencia nacionalista por parte de una congresista que precisamente había sido fundadora del partido con Nadine y Ollanta. A contracorriente del sentido común, el impulso inicial de la candidata privilegió su alianza con pequeños colectivos cuasi universitarios con los que pretendía “sembrar” una nueva militancia antes que el reenganche con ese inmenso sector que votó por la “Gran Transformación” a través de una captación de las disidentes bases nacionalistas. Lo anterior pudiera leerse como una interpretación subjetiva si los resultados de la desafección de un electorado potencialmente cercano a Verónika Mendoza no fuera tan claro en las encuestas nacionales y en la misma Región Cusco de la cual proviene.

Similar situación presente la otra “fuerza” del Frente Amplio. Tierra y Libertad ha persistido desde su fundación en convertirse en la representación de un movimiento social antineoliberal, además de constituirse en un aparato movilizador de las luchas por el medio ambiente y los derechos de algunas minorías, así como de los pueblos indígenas. No ha logrado ni una y otra cosa y al igual que Mendoza, Marco Arana construyó su partido con algunos disidentes de otras organizaciones políticas de izquierda (como el Partido Socialista), algunos dirigentes sociales que paulatinamente fueron postergados y pequeños colectivos universitarios. Incluso un sector de estos últimos dejaron Tierra y Libertad para integrarse posteriormente a “Sembrar”. El fracaso de Arana ha sido estrepitoso: se le fue de las manos el liderazgo de su partido y el manejo interno del mismo (un sector del cual apoyó a Verónika Mendoza antes y durante las primarias), perdió la posibilidad de convertirse en candidato presidencial y en el supuesto fraude en Pomalca, su débil defensa de los votos que podría haber ganado legítimamente lo divorció con la mayoría de militantes que aún lo apoyaban. También, al igual que su competidora en Cusco, logró un raquítico apoyo de la población de Cajamarca, región donde ha realizado prácticamente toda su trayectoria política.

Que un conglomerado de colectivos que proponen representar al movimiento popular, como el Frente Amplio, logre apenas movilizar a poco más de 30,000 personas en todo el país para sus elecciones abiertas a toda la ciudadanía (ni el 0.2% del electorado), algo nos debe decir. En el otro ya extinto frente (Unidad Democrática) se logró movilizar casi el triple para un proceso similar que luego terminó en ruptura y desbande total, lo que tampoco deja de señalar la marginalidad de grupos como los fonavistas o la ahora fracturada Patria Roja, que al parecer ha perdido también su base territorial más sólida y a Gregorio Santos, su líder más mediático. Quizá el mensaje que ese electorado esquivo para la izquierda intenta hacerle llegar es que, además de carecer líderes carismáticos, los organismos creados por la izquierda para organizar sus aparatos políticos, es decir sindicatos y ONGS, no son espacios que se identifiquen con ese pueblo, o con ese “movimiento popular”, o con algo cercano a esa categoría social que la izquierda ha creado y ansía representar.

Nuevamente el caso paradigmático del autoengaño de la izquierda lo encarna Marco Arana (aunque también podría ser Santos, antiguo líder rondero, reelegido abrumadoramente y hoy preso y sin “masas” que lo defiendan). Sociólogo, exsacerdote y ambientalista, con muchos años trabajando con su ONG Grufides en Cajamarca, protagonista de movilizaciones contra las industrias extractivas (como la famosa Marcha del Agua), probablemente ha pensado desde hace varios años que expresa el descontento contra el modelo, pues cree combinar la ética del luchador religioso y la pureza del líder radical. Ha logrado tener una exposición mediática durante años y ha tenido los recursos para movilizarse por todo el país simultáneamente, incluso fue invitado a la última convención minera de Arequipa donde pudo proponer su ideario verde ante sus adversarios. Su derrota ante Verónika Mendoza en el proceso de primarias, donde sólo logró la adhesión de poco más de 10,000 votos en todo el país y el persistente 1% que jamás superó en los sondeos, lo envían sin misericordia a su verdadera dimensión política.

SINDICATOS Y ONGS

La marginalidad de la izquierda postsoviética frente a los votantes quizá puede explicarse en el aspecto orgánico por su apuesta por los sindicatos y ONGs como espacios de conexión con el mundo social. Los primeros fueron gravitantes de partir del proceso de industrialización en el país, pero posteriormente la flexibilización laboral, la crisis económica y las privatizaciones en los noventas los inutilizaron ante un mundo laboral principalmente informal. Las ONGs intentaron ocupar el lugar de un Estado en crisis al convertirse en intermediarias de la cooperación internacional, logrando generar una red de defensa de derechos y de asistencialismo en varios casos. Trágicamente para muchas de ellas, el neoliberalismo y los programas de ajuste económico trajeron también los nuevos programas sociales con los que el Estado estableció una nueva relación clientelar con la población, mientras el crecimiento económico y la reducción de la pobreza desalentaron a sus fuentes de financiamiento.

La burocratización de los sindicatos y la progresiva desaparición de las ONGs convirtieron a ambos tipos de organizaciones en endebles plataformas para el lanzamiento de proyectos políticos, lo que fue confirmado en los procesos electorales del 2001 y 2006 cuando algunos componentes de esta izquierda siempre fragmentada apostaron por candidatos propios, ninguno de los cuales lograron superar el 1% de votos, mientras un grupo de intelectuales se revitalizarían momentáneamente al subirse al coche Toledista y formarían posteriormente “Ciudadanos por el Cambio”. En el 2011, la alianza con Humala y el triunfo de Susana Villarán en la capital le brindó a la izquierda un balón de oxígeno que ésta confundió con un avance de su influencia en la sociedad. Finalmente, la inscripción electoral obtenida por Tierra y Libertad avizoraba el cumplimento del sueño de construir una alternativa electoral exclusivamente izquierdista.

Pocos años después, el sueño de la izquierda se desbarató al ser arrastrado por el desprestigio de un nacionalismo que había enarbolado sus mismas banderas y que no quiso (o pudo) cumplir sus promesas, un caótico ejercicio de la gestión pública en Lima Metropolitana y una unidad frustrada que puso en evidencia en todos sus grupos la desesperación por la curul parlamentaria y un sectarismo persistente. De manera específica la experiencia en la municipalidad de Lima, en la que participó prácticamente toda la constelación izquierdista, reveló ante la ciudadanía la escasa preparación de sus mejores cuadros en la administración pública y en el ejercicio del gobierno. Dirigentes oenegistas y sindicales demostraron en consecuencia que no sólo eran incapaces de organizar un espacio político con sus debilitadas redes de incondicionales trabajadores y profesionales; corroboraron además que carecían de las mínimas competencias para gobernar la ciudad más importante del Perú.

Mención especial merece Tierra y Libertad en el proceso unitario. Adalid de la democracia y la renovación de prácticas en la izquierda, demostró ser la antítesis de todo lo que se proclamaba. La práctica de la democracia interna en manos de su dirección nacional significó el privar al 70% de su militancia del voto en la ciudad de Lima, cuando un grupo opositor vacó a una dirección regional sumisa a sus directivas y aquella se vio forzada a convocar a elecciones en la base más importante de este partido. La renovación de prácticas para sus dirigentes significó el chantaje permanente al resto de la izquierda con la inscripción electoral que aún posee y la utilización de un doble discurso unitario repleto de referencias principistas y malabares retóricos para justificar la ruptura. Tierra y Libertad ha sido en los últimos años y sin lugar a dudas, el grupo que ha contribuido con mayor contundencia al inminente desastre y virtual desaparición de la izquierda peruana al elevar exponencialmente las viejas prácticas del hegemonismo y del sectarismo más burdo hasta convertirlas en herramientas metodológicas para la construcción de su autodenominado “Frente Amplio”.

RADICALIZACIÓN, ECOLOGISMO Y PODER POPULAR

La salida que algunos sectores de la izquierda creen haber encontrado para superar la marginalidad es un retorno a la radicalidad mediante una mezcla de dos propuestas que frecuentemente se entrelazan en un solo discurso, no siempre exento de tensiones: el fundamentalismo ecológico y la “estrategia” de poder popular. En la elaboración de la primera ha tenido especial importancia la presencia de ONGs en la izquierda y sus agendas financiadas por la cooperación internacional ambientalista. En la segunda, más allá de la elucubración teórica, una vinculación afectiva con los socialismos del siglo XXI en la región que señalaban el retorno de la democracia “desde abajo” vía el bolivarianismo y el neoindigenismo. Ambas propuestas han intentado trazar una línea divisoria con el reformismo nacionalista y el marxismo leninismo clásico que aún proponen organizaciones como Patria Roja y Perú Libre de Vladimir Cerrón.

Las divisiones trazadas no pueden ocultar que esta nueva diversificación de corrientes ideológicas sigue la lógica confrontacional entre pequeñas sectas que llevaron al naufragio a la izquierda unida de los ochentas, pero ahora escindidas de la calle y del campo, sin ningún entendimiento del “ciudadano popular” actual, de sus anhelos y de sus certezas. Ya se ha señalado las limitaciones de los sindicatos y ONGs para representar algo más que los intereses de sus pequeños grupos de interés, pero la imposibilidad de la izquierda de enganchar con la población a través del radicalismo también muestra, además de la ausencia de liderazgos carismáticos, el mediocre desempeño, sin excepción, de todas las gestiones subnacionales que pasaron por sus manos. En pocas palabras, con experiencias negativas de gestión, lo único que puede ofrecer el radicalismo es un discurso vacío y por momentos incomprensible para el sector de la población que pide más y mejor Estado. O dicho de otro modo, si las mayorías acaso se orientaran hacia una alternativa radical en la recomposición del poder y por lo tanto del Estado, no le entregaría esa misión a un grupo de políticos ineficientes.

Paralelamente a su escasa comprensión del votante popular, el radicalismo del poder popular no logra desprenderse de una visión dogmática que tergiversa o ignora los cambios en la economía y en el contexto internacional. Para los radicales, por ejemplo, el 2006 es igual al 2016 y por lo tanto el bolsón electoral antisistema que votó por Humala está al alcance de sus manos y no necesita mayor convencimiento; no ha existido por lo tanto casi una década de crecimiento económico con los consiguientes cambios en un electorado más asimilado al mercado y al emprendedurismo como ideología. O en la correlación internacional de fuerzas, el Socialismo del Siglo XXI no pasa por una crisis producto dela imposibilidad de superar sus propias contradicciones entre su apuesta por un antimperialismo de baja intensidad y la construcción de una nueva burguesía nacional ligada al Estado; además en un escenario mundial sin alternativas al capitalismo, donde la misma Cuba empieza a liberalizar su mercado y tender lazos con su mayor enemigo. La realpolitik es pues despreciable para el radical que considera, por poner otro ejemplo, una cuestión de principios seguir defiendo a un gobernante estrafalario e incapaz como Maduro en aras de la defensa de una entelequia como es el chavismo.

Similar situación padece el ecologismo fundamentalista, que propone un retorno a un agrarismo reaccionario. Los también llamados verdes son enemigos declarados de las industrias extractivas, estén o no en manos del Estado y desdeñan la tecnología como herramienta para la solución de los pasivos ambientales en un contexto mundial de continuo crecimiento técnico y científico. Su propuesta política se basa en la alianza exclusiva con las “organizaciones sociales” e indígenas a las que elevan a la categoría de espacios impolutos y revolucionarios por esencia. Ni el débil entramado social actual ni el oportunismo de las escasamente representativas organizaciones sociales, las cuales durante años han negociado con el Estado y con las empresas, incluso a expensas de la defensa del medio ambiente, los persuaden de insistir en un idealismo que también tiende a ser disgregador y sectario, porque es precisamente desde este sector donde el discurso que propone la renovación ha intentado incluso romper con toda la historia política de la izquierda y hasta con el mismo término que la define.

DÍAS DEL PASADO: LO QUE PUDO HACER LA IZQUIERDA PARA NO AUTODESTRUIRSE

Al menos tres cosas debieron lograr los dirigentes para evitar el futuro desolador que se avecina. La primera y más mentada es la unidad. Y aquí es importante no entender nuevamente la unidad como una declaración de principios sino desde sus resultados prácticos. Un espacio político marginal, con tan pocas posibilidades de mediatizar su presencia ante una población indiferente a sus propuestas, pudo despertar favorablemente la atención del electorado al dar muestras de lograr acuerdos entre sus distintos grupos y presentar una propuesta única al país. En una situación tan desventajosa para proponer cambios sustanciales en el modelo de desarrollo, que la izquierda logre algo que la derecha política no puede o no intenta, es decir, la unidad de los políticos para enfrentar los grandes problemas del país, podría convertirla en el paradigma del diálogo democrático y del desprendimiento altruista de sus representantes. Por el contrario, que hoy Verónika Mendoza mencione que mediante el diálogo democrático logrará evitar la conflictividad social suena a mal chiste, en especial porque la izquierda que ella representa no logró ningún acuerdo consigo misma y va a las elecciones dividida en al menos tres listas.

Lo segundo tiene que ver con su renovación. Para la izquierda una revitalización orgánica y el recambio real de sus dirigencias debió ser un requisito indispensable para afrontar los procesos electorales del 2014 y 2016, pues cargaba con la marginalidad en la que había sido ubicada por sus mismos dirigentes. Romper por lo tanto con la lógica de organización basada en aquella que han impuesto los dueños de los ineficientes sindicatos y ONGs, con sus correlatos de clientelismo y compadrazgo, significaba construir una nueva dirigencia en base a méritos y competencias técnico-profesionales posibles de ser trasladadas a la gestión pública o capacidades políticas destinadas a la construcción de un nuevo aparato partidario. Sin embargo, proponer la formación de eficientes tecnócratas de izquierda y operadores políticos le suena a herejía a los radicales o a subversión interna a una derrotada pero atornillada dirección política que ha tenido como único mérito el manejo del aparato económico de sus organizaciones. Más allá de sus cualidades o trayectorias personales, todos los dirigentes políticos, jóvenes o viejos, serán jubilados este año con justicia luego del desastre de abril.

Lo tercero y último se relaciona con las propuestas de gobierno. La izquierda en sus distintas variantes ha creído ver en el 30% del electorado, a estas alturas poco afecto a las candidaturas existentes, como su base potencial de crecimiento. El bombardeo de sus propuestas y su poco impacto en ese electorado indiferente se atribuye a la “invisibilización” de los medios de comunicación en manos de la derecha. Si bien es cierto, también una de las cosas que debió hacer la izquierda es abordar la campaña de manera profesional (aunque el marketing electoral puede ser una moda “burguesa” para algunos izquierdistas), lo cierto es que jamás pudo definir una idea fuerza alrededor de la cual deberían girar el resto de sus propuestas de gobierno. Porque una de sus más claras y simples alternativas era encabezar el discurso de “crecimiento y redistribución”, en un momento en que la hegemonía neoliberal brinda poco margen de maniobra para profundas reformas y el crecimiento económico ha creado un sentido común alrededor de su importancia. Prefirió sin embargo insistir en mensajes manoseados y defensivos como la inclusión o la defensa de derechos de las minorías, del agua, del ambiente y de la tierra (Mendoza) o propuestas delirantes y demagógicas con la pena de muerte y el federalismo (Cerrón).

DÍAS DEL FUTURO: LO CIERTO Y LO INCIERTO

Si algo es muy previsible en estos momentos es la pérdida de la inscripción electoral de todos los referentes de la izquierda en las próximas elecciones generales, al no superar la valla del 5%. El Frente Amplio con Verónika Mendoza, estancado en el 2%, ha perdido ya cualquier posibilidad de convertirse en la sorpresa del proceso electoral y tiene la imposibilidad de moverse al centro para seguir creciendo en la clase media, donde Guzman y Barrenechea son mucho más competentes y sólidos en sus propuestas; así como girar hacia la extrema izquierda, pues una radicalización de su discurso encontraría ahora en ese espacio a Vladimir Cerrón y Gregorio Santos, quienes probablemente sean más creíbles como líderes antisistema que Mendoza. El pésimo equipo de campaña del Frente Amplio y la negociación que ha colocado a Marco Arana como segundo vicepresidente, quizá uno de los menos carismáticos líderes políticos en toda la historia de la izquierda, al parecer ha sellado la suerte de este conglomerado de grupos y colectivos.

De manera similar, Cerrón y Santos son figuras políticas que difícilmente pueden lograr superar el 1% de las preferencias electorales y tienen muchas posibilidades de desaparecer ante el error estadístico. Ambos provienen de gestiones regionales cuestionadas y ambos son caudillos absolutos de sus organizaciones políticas regionales que han dado el salto a la competencia nacional, situación que alimenta sus respectivos personalismos y desalienta la captación de cuadros dirigenciales con peso político y perfil propio. Santos, procesado en prisión, no puede ofrecer mucho más que su lucha contra Yanacocha, perfil que comparte con Marco Arana, su competidor más cercano. Cerrón, por su parte, intenta construir un liderazgo provinciano enfrentado a la izquierda capitalina y “caviar”, apoyándose en la simbología y discurso de la izquierda sesentera, en las alianzas con grupúsculos velasquistas y colectivos ultras que se sumen sin condiciones a su jefatura y acaten sin cuestionamientos sus decisiones. El verticalismo de Cerrón, que más que un rasgo de su personalidad parece ser una calculada estrategia política para construir un liderazgo carismático, no toma en cuenta el fracaso de proyectos políticos similares encarnados por personalidades regionales y sociales, como Walter Aduviri y Nelson Palomino, así como su reciente derrota en el proceso electoral del 2014.

Quizá un cambio de timón podría revertir las tendencias actuales, pero lo cierto es que es poco probable que la estructura orgánica alrededor de Verónika Mendoza y la apuesta mesiánica de Cerrón les permitan cambiar en estos pocos meses. Pero si acaso Mendoza estableciera un equipo de campaña externo e independiente de los jerarcas y militantes inexpertos del Frente Amplio y Cerrón entendiera que no se encuentra en el Perú de 1965, por lo cual se esforzaría en articular un discurso con propuestas serias con el concurso de cuadros profesionales y no una plataforma populista repleta de arengas anacrónicas; ambos podrían sumar algunos puntos y salvar sus respectivas inscripciones electorales. El caso de Santos es mucho más complicado, pues a menos que salga en libertad, tendrá que ser interpretado por un político desconocido como Alcántara, quien tendrá en sus manos la campaña del partido que lo acoge. Es mucho más probable que “Goyo” sea condenado, con lo cual el fin de su carrera política estaría muy cercano.

Si sucede entonces lo previsible, volver a conseguir una inscripción electoral para las izquierdas en los próximos años, juntas o separadas, será casi imposible con las nuevas condiciones legales. Pero además la desaparición legal de la izquierda peruana sería tan sólo una de las consecuencias de la evidente configuración de su derrota estratégica, larvada desde la década de los ochenta y atenuada por el ahora agonizante socialismo del siglo XXI. Es sin embargo un fin de ciclo en el Perú, que abrirá posibilidades para la aparición de nuevos proyectos políticos que ocupen el mínimo espacio vacío que la izquierdismo deja, pero que tendrán posibilidades de crecer con nuevas estrategias y tácticas políticas esbozadas por dirigentes y militantes más conectados a la realidad del país. Quizás entonces la crisis sea superada cuando, parafraseando a Gramsci, lo viejo termine por morir y lo nuevo, en algunos años, pueda realmente nacer.


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